miércoles, 1 de agosto de 2012



Ludmila

Si en cada noche que apareces, tu imagen ondulada, tu coraza perdida, pudiera yo saberte, en un dejo de esperanza, calculando las mañanas, en mi cuarto, recostada, sobre los libros de mi angustia, amada mía, quebraría este silencio que nos distancia, como dos almas en agonía, con una gota de mi sangre en el compás vacío de tu melodía interrumpida.
¿Mirarás al cielo cuando te llaman, al recuerdo, mis pupilas? Aquel cielo que nos vio llorar en sintonía, peltre cinismo cotidiano, por la iridiscencia indiscutida de la simpleza eternamente negada. Hay, ahora, una herida en ese mismo cielo, centenar de astillas esparcidas, como aquella que sufriste cuando te dejé caer, tarde de eternos lamentos, por la torpeza que me caracteriza, en un recorrido abrupto por los escalones de la desidia.
¡Oh, Ludmila! Si te posaras en mis dedos, con seis notas en tu pecho, cantaría hasta desgarrarme, cielo y tierra de mi vida, por un beso tuyo, un nuevo y sensual verso, Ludmila mía, de mi tormento extraería mi alma y te la regalaría, solo un tiempo, un acorde sin cordura, para amalgamar mi cuerpo con el tuyo hasta el fin de mis días.

viernes, 27 de julio de 2012


    Melodía de Humedad

    Sigo encendiendo sensaciones, calmado y callado, solo recibo de mis ojos las cenizas del deterioro estomacal. La industria del llanto me aclama, me respeta, me condena al vacío. Acompaño entonces esta velada con acordes expirados. ¿Ves mi, tan aclamada, esencia detrás de todo lo que se puede decir que convive en la imagen del plato mordido? Ya ni siquiera puedo verte volar a través de las hojas, de la nieve, del sol.
    Quiero recordar sin ser un cometa. Quiero ver las alas de mis sueños desplegarse y cubrir el cielo...
    Sombras, inviernos, intratables retazos de colores inundados. Se muy bien que aquel cucú que tiembla no lo hace por el frío de mis huesos. Se, también, que es triste reír de mí. Más triste es seguir intentando huir.
    Y yo que podía comunicarme con los fantasmas de mi mente. Aquí están, pasen y vean... Calma, perdón... ¿Ves mi manto cubriendo la ciudad? Deshazte del núcleo de tu sien palpitante.
    He aquí la compañía del tiempo. Ya no sigas con la tortura del firmamento, quien quiera que seas, en el momento en que estés, dependiendo del inicio de aquel corrosivo y extenuante rostro cúbico y rotulado, no prosigas con el sufrimiento que cae sobre nuestros techos.
    Y sigue, y retumba en su propia calidez. ¡Que magnífica melodía de humedad! Sobrepasa mi tensión en el cálculo infinito. Siempre las razones son inmortales, siempre los perdones son finitos y, siempre que la relatividad de las cosas se asuma como real, será, casi sin piedad y sin aviso, en el mar en el que arrojamos las botellas, la iridiscencia de las mariposas del momento cautivo un manto de silencio.
    Real cantimplora de la muerte, recrea en mis manos tu dulce e indómito castigo, muerde mis pupilas y cambia mis errores por otros mas fatales. Reinvéntame, tradúceme al infinito, despelléjame, anula mis sentidos, inquiétame por duplicar las súplicas.
    ¿Quién quiere frenar ahora? El sabor es exquisito. Y la transpiración recorre mi cuerpo desplegado en la tormenta. El fuego en las palabras lo consume todo. Vuelve la ironía de pescar en mi cerebro algún dejo del pasado. Ya no quedan mas preguntas, ya que nunca hubo respuestas. Quisiera que continuara el candor de su pintura, de su obra sobre la tierra.
    Y se enciende una vez más, para callar muy pronto, en un brusco palpitar. Desciende hacia los silbidos del mundo que nos abraza y nos contiene por pocos segundos. Aquí estamos de nuevo, revolviendo la mugre del pavimento, con sus grietas de un azul carente de ilusiones. Vuelan las palomas al encuentro del amanecer en la ciudad que calla de nuevo...
  
    El transcurso de las horas se marca en rojo, mediante la tibia y casi inexplicable solidez de la línea que nos sostiene desde abajo. Debo dormir...