miércoles, 1 de agosto de 2012



Ludmila

Si en cada noche que apareces, tu imagen ondulada, tu coraza perdida, pudiera yo saberte, en un dejo de esperanza, calculando las mañanas, en mi cuarto, recostada, sobre los libros de mi angustia, amada mía, quebraría este silencio que nos distancia, como dos almas en agonía, con una gota de mi sangre en el compás vacío de tu melodía interrumpida.
¿Mirarás al cielo cuando te llaman, al recuerdo, mis pupilas? Aquel cielo que nos vio llorar en sintonía, peltre cinismo cotidiano, por la iridiscencia indiscutida de la simpleza eternamente negada. Hay, ahora, una herida en ese mismo cielo, centenar de astillas esparcidas, como aquella que sufriste cuando te dejé caer, tarde de eternos lamentos, por la torpeza que me caracteriza, en un recorrido abrupto por los escalones de la desidia.
¡Oh, Ludmila! Si te posaras en mis dedos, con seis notas en tu pecho, cantaría hasta desgarrarme, cielo y tierra de mi vida, por un beso tuyo, un nuevo y sensual verso, Ludmila mía, de mi tormento extraería mi alma y te la regalaría, solo un tiempo, un acorde sin cordura, para amalgamar mi cuerpo con el tuyo hasta el fin de mis días.

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